30 de juliol del 2014

¿Hay algo gratificante en una grave enfermedad?

Últimamente comparto pocos pensamientos por internet, sea en algún blog o en las redes sociales. Pienso que, tal vez, estamos cediendo demasiada intimidad. Cuando compartimos cualquier pensamiento o sentimiento con nuestros amigos en una conversación, se queda en esa conversación, aunque se pueda transmitir a otros círculos. Pero cuando lo hacemos en internet, lo hacemos con todo el mundo y queda escrito tal cual y para siempre en la memoria de algún servidor. Saben dónde estamos, qué hacemos, qué comemos, cómo nos divertimos, qué votamos, qué odiamos o amamos. Lo saben todo y sin necesidad de espiarnos. Lo saben todo, porque se lo decimos todo. Por eso pienso que cedemos demasiada intimidad y me estoy retrayendo. Mi intimidad es mía. Nuestra intimidad es nuestra. Y cuando deja de ser intimidad, deja de tener valor. Pensadlo.

Hoy, de todas maneras, necesito compartir la pregunta del encabezado y alguna respuesta que me estoy dando, aunque no tenga la certeza que lo lea alguien, y mucho menos que se llegue a entender. Tal vez, lo estoy haciendo por mí mismo, para leer mis pensamientos, para saber qué pienso realmente, por vaciar mi conciencia. No lo sé, pero necesitaba escribirlo. Hoy he visitado a unos amigos con un familiar con cáncer que lo va apagando poco a poco. Al salir del hospital hemos hablado y hemos coincidido en que ha sido un momento gratificante aunque nos parecía una contradicción. ¿Puede existir algo gratificante cuando estás viendo que la vida de un familiar se apaga por el cáncer? Seguro que todos diríamos a bote pronto que no, lo encontramos imposible, y más con un cáncer, una enfermedad que nos produce más rechazo que otras, tal vez, precísamente, porque vemos como va arrancando la vida a nuestros seres queridos lenta pero inexorablemente. Y sin embargo, hoy, se lo hemos encontrado.

Como creyente, le puedo dar una trascendencia a la enfermedad, al acompañamiento, a la vida en general, pero encontrarlo gratificante no tiene nada que ver con las creencias, es un sentimiento humano, tan humano que tal vez lo estamos escondiendo entre los convencionalismos de nuestra sociedad. Una sociedad que nos invita a vivir a una velocidad que no permite experimentar estas cuestiones inmateriales. Que las rehuye. Que las esconde. Después de preguntarmelo varias veces, creo que hemos encontrado el momento gratificante por los abrazos, por las lágrimas, por la conversación, por el café, por saber que nada o nadie importaba más en esos minutos que compartir lo que estábamos viviendo.

Hemos sido conscientes que no podíamos ejercer el milagro de la curación del enfermo, el cáncer seguirá afectando su cuerpo y apagando su vida. Pero hemos vivido el milagro de la proximidad, del vínculo de la amistad, de la familiaridad. De tener unos minutos al margen de la vida que nos hacen vivir. De tener alma o consciencia (como cada uno quiera). En definitiva, de ser humanos por encima de todo y de todos.

Por todo esto, he concluido que puede existir algo gratificante en una grave enfermedad, en un cáncer. Y no sólo por transcender nuestra existencia a Dios, sinó por sentirnos profundamente hermanados en nuestro ser personas, auténticamente humanos más allá de la realidad en la que estamos atrapados. No sé si he llegado a expresarme y no sé qué pensará si alguien llega a leer estas líneas, pero así lo pienso y así lo he escrito para que quede grabado para siempre en algún servidor de internet.