3 d’octubre del 2010
Integración o conflicto
Al salir a la luz pública la futura apertura de una nueva Mezquita y sede del Centro Islámico de Torrent, más grande y adaptada a las necesidades de este centro que la actual, ha provocado que también se conozca públicamente la realidad de todo un barrio que desde hace tiempo convive con la problemática de la integración o no de núcleos de población de diferentes culturas. Una problemática que no se da en otras zonas o no con la misma intensidad dado el mayor número de inmigrantes que viven en estas calles de nuestra ciudad.
Pero la futura instalación de la nueva Mezquita no es más que la punta del iceberg de una situación social que nos debe preocupar a todos y que se define en cuestiones muy concretas como la falta de plazas escolares, deficiencias en servicios públicos, densidad poblacional y en otras más generales como las divergencias culturales o miedo ancestral al diferente, y todo ello aderezado en los últimos tiempos con el gran problema de la crisis económica que golpea a todas las familias con independencia de su credo o religión pero que nos hace más vulnerables a todos frente a la realidad que vivimos, que nos hace más proclives a resguardarnos en nuestras propias convicciones donde nos encontramos más seguros.
Todo esto me lleva a pensar que se debe afrontar la situación desde una perspectiva global y no como una cuestión puntual que ha salido en la prensa y, por tanto, no caer en la tentación de solucionarlo como un simple parche en una rueda pinchada para pasar el mal trago, porque sino, corremos el peligro que el reventón de la rueda en el futuro produzca efectos muchos más graves.
NO ES UN PROBLEMA SIMPLEMENTE ADMINISTRATIVO.
Circunscribir la problemática que nos ocupa, al cumplimiento o no de la normativa para realizar obras o licencia de apertura es para mi un error. Naturalmente el local de la Mezquita, como cualquier otro local con concurrencia pública de estas u otras características, debe cumplir las normas que correspondan, pero si el Ayuntamiento de Torrent se limita a afrontar esta cuestión únicamente desde esta perspectiva, se equivoca radicalmente desde mi modesta opinión. Y sería una equivocación porque un simple papel oficial que certifique el cumplimiento de las ordenanzas municipales o normativa autonómica no anula las preocupaciones vecinales, no tranquiliza a los asistentes a la Mezquita sobre el posible rechazo de sus actividades, ni, fundamentalmente, aporta ninguna solución al posible conflicto social que se puede generar dadas otras situaciones que hemos comentado.
En definitiva, no nos encontramos ante una cuestión meramente burocrática, es un problema que se escapa de las competencias de los técnicos municipales y de las atribuciones del concejal de urbanismo, que, como he señalado, tendrán que hacer cumplir la normativa correspondiente, pero no puede ser la única respuesta por parte del Ayuntamiento.
SI NO ES UN PROBLEMA BUROCRÁTICO, ¿LO ES RACIAL O RELIGIOSO?
Aunque la apertura de la nueva Mezquita sea el detonante de la situación que se ha conocido públicamente, bajo mi punto de vista sería una equivocación afrontar esta cuestión simplemente desde un punto de vista de problemática racial o religiosa. Si así fuera, seguramente se estaría fomentando aún más la posible estigmatización de la diferencia. Sin embargo que no sea una cuestión simplemente racial o religiosa no quiere decir que no sea parte del problema.
En nuestra sociedad es una valor considerado altamente negativo el comportamiento racista, de tal manera que incluso los vecinos que se muestran contrarios a la instalación del centro religioso o de determinadas situaciones que se dan en el barrio, cuando son preguntados por periodistas estos días o en las conversaciones que surgen en distintos ámbitos, empiezan sus intervenciones con el consabido “Yo no soy racista pero...” Ese pero es el que nos debe preocupar, porque una cosa es el valor abstracto del antiracismo y otra bien diferente son los casos concretos de una convivencia dificil por la confrontación de la diferencia. Pero aún así no se debería hablar de racismo, por no facilitar que se etiquete la situación de una manera simplista que sin duda favorecería la aparición en escena de los grupos claramente racistas y que ya se han manifestado en nuestra ciudad por otros motivos. Existe un caldo de cultivo de rechazo a la diferencia, hemos de verlo, es cierto, crea problemas en el barrio de Nicolas Andreu y en toda la ciudad (en toda nuestra sociedad), no hemos de olvidarlo, pero convertirlo en un tema de racismo solo puede favorecer que el problema se agrande, aparezcan elementos externos que ayuden a encrespar ese caldo de cultivo y que en lugar de solucionarlo la situación se agrave.
Tampoco debe ser visto como un problema religioso porque no lo es. La actuación criminal de unas personas en nombre de una religión, en este caso del Islam, con la consecución de atentados que a todos nos horrorizan, no debe servir para calificar a todos los creyentes de esa religión de la misma manera, porque a ellos mismos también les horrorizan estos actos. Personas que deforman su conciencia y en nombre de una religión acaban asesinando a otras, existen en todos los credos y despertar esta realidad y estar recordando estos agravios no forma parte de la solución sino del problema. En este aspecto el desconocimiento mutuo agranda la distancia y por tanto también facilita el rechazo. Pero nuevamente si se convierte la problemática que nos ocupa en una cuestión de encaje religioso pienso que se estaría actuando de manera errónea puesto que no ayudaríamos al conocimiento sino al enroque de cada una de las partes en sus posturas iniciales, donde cada parte se encuentra más cómoda, porque no olvidemos que intentar entender realidades diferentes nos conduce a un proceso que en principio nos hace sentir más indefensos porque abandonamos nuestras posiciones habituales, pero acaba por enriquecernos como personas.
NO ES UNA CUESTIÓN DE PROGRAMAS, SINO DE PROYECTO.
Si observamos la realidad que nos ocupa como un problema urbanístico, como una cuestión racial en alguna manera, como si se tratara del rechazo a una determinada religión o incluso como una problemática creada por movimientos demográficos o de concentración en determinadas calles de población inmigrante nos llevaría a crear programas concretos a cuestiones concretas. Y se haría con toda la mejor voluntad. Y serían programas todos ellos necesarios. Pero no se trata de una situación de tema de licencias, ni solamente religioso, cultural, inmigratorio, o demográfico, sino de todo esto en su conjunto. Por tanto, estamos hablando de un problema social, con muchas ramificaciones y complejidades. Por eso en lugar de programas, en lugar de confiar en la maravillosa y sacrificada labor de voluntarios, ongs y centros que vienen trabajando con buenos resultados desde hace tiempo, se debería contar con un proyecto para este barrio en concreto y también para toda la ciudad. Naturalmente un proyecto que no sea simplemente la suma de los respectivos programas o voluntariedades, sino una coordinación de todo ello.
Un proyecto de actuación que partiera de la realidad del barrio en su globalidad. Habría que ver en qué infraestructuras, instalaciones, servicios públicos es deficitario. Si existen zonas degradadas, si existen focos de conflictividad. Pero también de saber captar las partes positivas de la zona y sus potencialidades. Esta positivización muchas veces se olvida, y realmente esta observación podría aportar las soluciones que se necesitan. Si existen puntos de convivencia. Locales que puedan ser utilizados para diversas actividades. Y toda esta muestra de la realidad no se puede hacer desde arriba, no puede ser dirigida, no puede ser condicionada por las administraciones públicas, que pueden o deben ejercer su labor de coordinación eso sí. Este análisis de la realidad, debe partir de la sociedad, debe ser fruto de la reflexión y puesta en común de los vecinos (de los más antiguos y de los recién llegados), de las distintas asociaciones culturales, festivas, juveniles, políticas, deportivas y de cualquier tipo que tengan allí su sede, de los diferentes representantes religiosos de la zona, y de cualquier persona o entidad que tenga alguna cosa que aportar.
A partir de este análisis de la realidad. Las administraciones públicas deberían asumir el proyecto social que diluya el posible conflicto, que mejore las condiciones de vida de los vecinos, de todos, que positivice la situación, atajando el problema a tiempo sin dejar que el caldo de cultivo existente llegue a hervir. Y naturalmente quien debería liderar este proyecto es el Ayuntamiento de Torrent puesto que es la administración más cercana que tienen los vecinos (haciendo participar a todas las posibles).
LA INTEGRACIÓN ES UNA CAMINO DE DOS SENTIDOS.
La frase no es mía, simplemente la he adaptado porque define a la perfección cual debe ser la actitud de todos los implicados en esta situación bajo mi punto de vista. Por un lado no se puede reclamar que las personas que llegan al barrio procedente de otros países y culturas, con distinta religión o religiosidad, con distintas costumbres a la de los residentes se integren a nuestra sociedad si no se les abre ninguna puerta. La integración no es un proceso mágico. No se da habitualmente por generación espontánea, ni tampoco es un abandonar la propia manera de entender la vida para sumergirse sin ningún bagaje en la sociedad de llegada. Tiene que haber un proceso. Tiene que darse una acogida. Sin esta actitud de acogida es imposible conseguir ningún porcentaje de integración.
Por otro lado, el que llega de fuera también tiene que tener una actitud de acogida. En este caso, para conocer las costumbres del lugar donde llega. Respetarlas. Pero no desde la distancia o la simple comparación con las suyas, sino para valorarlas y participar de ellas, sin que eso suponga renunciar a las propias, pero sí que no supongan un rechazo a la sociedad en la que vive. Conocer las lenguas del territorio. El valenciano y el castellano. Las fiestas populares de la ciudad. No puede haber integración si la sociedad de acogida debe entender las costumbres, religiosidad e incluso manera de vivir del que llega de fuera, pero éste no pone de su parte para conocer y participar, en la medida de lo posible y siempre progresivamente, de la vida cotidiana de la sociedad en la que vive.
Por eso, la integración es un camino de dos sentidos. De dos voluntades que deben encontrarse y no enfrentarse. Que tienen que vencer el miedo a la diferencia, aportando cada una de las partes su visión más positiva. Y todo ello impulsado por el proyecto del que he hablado anteriormente. Todo eso si se quiere aportar soluciones y no enquistarse en el problema. Todo ello si se quiere favorecer la convivencia. La prosperidad. El entendimiento. El enriquecimiento personal y social. No es una tarea fácil, pero tampoco imposible. Y lo más importante, está en nuestras manos.
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada