19 de febrer del 2015

Uso del lenguaje y aborto

Con el inicio del trámite de la reforma de la ley del aborto, se vuelve a poner de actualidad un tema que nunca queda resuelto satisfactoriamente para la mayoría de la sociedad, por su propia complejidad. Para empezar, no me escondo, no soy partidario del aborto en ningún caso, por principios, por creencia y por humanidad. Aunque entiendo que, naturalmente, las generalizaciones siempre esconden casos muy concretos que habría que tratar muy concretamente. Y también entiendo que como no todos comparten mi posición ante el tema, debe existir una legislación que lo regule, si la mayoría lo estima (Aunque yo me sitúe frontalmente en contra). De todas maneras, los más de 110.000 abortos en España por año no son casos concretos y sí un fenómeno que se debería estudiar con serenidad y no, como casi siempre se hace, desde la visceralidad y los dogmas.

En todo caso, mi intención no es debatir acerca del aborto y sus implicaciones morales, sino del uso del lenguaje que se realiza cuando se habla sobre él. Especialment con dos frases que se relacionan. Una cuando se equipara el aborto con un derecho de la mujer y la segunda cuando se habla de que la mujer puede decidir sobre su propio cuerpo. Esto a mí, me chirría profundamente.

En las discusiones que he tenido sobre este extremo, mis oponentes lo achacan a que parto de una moral determinada y por eso, la quiero imponer incluso en el lenguaje, pero entiendo que no es así, sino que persigo que se llame a las cosas por su nombre.

Defender la posibilidad de un aborto provocado, bajo mi punto de vista, no se puede equiparar a derecho. Será, como he dicho, una posibilidad contemplada en la legislación, una facultad que permite la ley, pero no un derecho. Y no lo puede ser porque, independientemente de cuando pensemos que se genera la vida, independientemente de que creamos que existe una nueva persona o no desde el momento de la gestación, es indudable que, si se dejara seguir el curso natural, el óvulo fecundado tiene la potencialidad científica de convertirse en una nueva vida. Por tanto, acabar con esa potencialidad no puede ser nunca un derecho, llamemosle como queramos, incluso encontremos un eufemismo de los políticamente correctos, pero no un derecho.

Por este mismo argumento, me chirría igualmente, que se argumente que la mujer puede decidir sobre su propio cuerpo. Puede decidir, según la legislación, si sigue adelante con un embarazo no deseado,  un feto con malformaciones o cualquier otro supuesto que contemplara la normativa, pero no es su propio cuerpo. El óvulo fecundado o el feto no es un tumor que pueda ser estirpado sin más. Aunque no se crea que la vida es sagrada y existe desde el principio, existe una ley natural, una moralidad humana que también tiene sus implicaciones. Afirmando que la mujer puede decidir sobre su propio cuerpo, entiendo que se está degradando a la mujer, porque se le están ocultando realidades, se le están ocultando implicaciones que provocará su acto en ella misma y su entorno. Por eso entiendo que es un reduccionismo absurdo este uso del lenguaje, a no ser que sea intencionado para plantear el aborto como un acto simplemente quirúrgico sin mayor transcendencia. No podemos ocultar en el lenguaje la realidad de un hecho traumático, porque se quiera o no, lo es. Pienso que con un uso más adecuado del lenguaje, le podemos evitar problemas futuros a la propia mujer a la que se pretende defender

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